El frio invierno entumía los huesos y alrededor no había más
que un silencio sepulcral que envolvía la noche, Ella estaba esperándolo en la
estación y preguntándose si el llegaría alguna vez a calmar su agonía que
comenzó el día que lo vio partir.
Pasaron los días las horas e incluso el invierno, y sus lágrimas
se enfriaban y derretían una y otra vez ante los cambios de clima, era casi
como una estatua inmóvil y así pasaba su vida. Cada mañana se levantaba se
ponía su vestido de lunares, se cepillaba el cabello y salía.
Se sentaba en la misma banca y escuchaba las mil y una historias
que le contaba la gente, un día se sentó un anciano a su lado que le hablo de
mundos maravillosos que se entretejían con hilos dorados de los recuerdos.
Y le dijo “Yo la amaba con pasión y locura, pensé que
moriría de amor, pero estoy aquí un día me parece un siglo, y un año una
eternidad en la que solo me encuentro perdido en los claroscuros de mi mente”.
Paso el tiempo la vida los años y sus ojos se habían secado
de tanto llorar pero en silencio su alma era un mar de lágrimas, el nunca llego
pero ella entiendo que su destino era nada más que una muerte silenciosa y los
gritos mudos sobre el arcoíris que nunca logro ver después de la tormenta.
Los sueños se hicieron de espuma y la niebla la envolvió por
completo hasta que se quedo dormida y nunca más despertó y el ángel negro de la
muerte la tomo de la mano y con un beso en la frente se la llevo.
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